Page 9 - Literatura Peruana Primaria
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                 Llegó  el  terrible  día.  Todos  en  casa
                 estábamos tristes. Un hombre había venido seis
                 días seguidos a preparar al "Carmelo". A nosotros ya

                 no nos permitían ni verlo. El día 28 de Julio, por la tarde,
                 vino el preparador y de una caja llena de algodones, sacó
                 una media luna de acero con unas pequeñas correas: era la
                 navaja, la espada del soldado. El hombre la limpiaba,
                 probándola en la uña, delante de mi padre. A los pocos minutos, en

                 silencio, con una calma trágica sacaron al gallo que el hombre cargó en sus
                 brazos como a  un niño. Un criado  llevaba la  cuchilla  y mis dos hermanos lo
                 acompañaron.
                 -¡Qué crueldad! -dijo mi madre.
                 Lloraban mis hermanas, y la más pequeña, Jesús, me dijo en secreto, antes de salir:
                 -Oye, anda con él... cuídalo... ¡Pobrecito!...
                 Llevóse la mano a los ojos, echóse a llorar y yo salí precipitadamente y hube de correr unas

                 cuadras para poder alcanzarlos.


                 Llegamos a San Andrés. El pueblo estaba de fiesta. Banderas peruanas agitábanse sobre las
                 casas por el día de la Patria, que allí sabían celebrar con una gran jugada de gallos a los que
                 solían ir todos los hacendados y ricos hombres del valle. En ventorrillos, a cuya entrada había

                 arcos de sauces envueltos en colgaduras, y de los cuales pendían alegres quitasueños de
                 cristal, vendían chicha de bonito, butifarras, pescado fresco asado en brasas y anegado en
                 cebollones y vinagre. El pueblo los invadía parlanchín y endomingado con sus mejores trajes.
                 Los hombres  de mar lucían camisetas nuevas de horizontales  franjas rojas y blancas,
                 sombreros de junco, alpargatas y pañuelos añudados al cuello.
                 Nos encaminamos a la "cancha". Una frondosa higuera daba acceso al circo, bajo sus ramas
                 enarcadas. Mi padre, rodeado de algunos amigos, se instaló. Al frente estaba el juez y a su

                 derecha el dueño del paladín "Ajiseco". Sonó una campanilla, acomodáronse las gentes y
                 empezó la fiesta. Salieron por lugares opuestos dos hombres, llevando cada uno un gallo.
                 Lanzáronlos al ruedo con singular ademán. Brillaron las cuchillas, miráronse los adversarios,
                 dos gallos de débil contextura, y uno de ellos cantó.
                 Colérico respondió el otro echándose al medio del circo; miráronse fijamente; alargaron los

                 cuellos, erizadas las plumas, y se acometieron. Hubo ruido de alas, plumas que volaron, gritos
                 de la muchedumbre  y a los pocos segundos de jadeante lucha, cayó uno de ellos. Su
                 cabecita afilada y roja, besó el suelo, y la voz del juez:
                 -¡Ha enterrado pico, señores!
                 Batió las  alas  el vencedor.  Aplaudió la multitud enardecida, y ambos gallos, sangrando,
                 fueron sacados del ruedo. La primera jornada había terminado. Ahora entraba el nuestro, el
                 "Caballero Carmelo". Un rumor de expectación vibró en el circo:

                 -¡El Ajiseco y el Carmelo!
                 -¡Cien soles de apuesta!...

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