Page 5 - Literatura Peruana Primaria
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Después de su frugal comida, hacían grupo alrededor nuestro. Venía hasta nosotros la cabra,
refregando su cabeza en nuestras piernas: píaban los pollitos; tímidamente se acercaban los
conejos blancos, con sus largas orejas, sus redondos ojos brillantes y su boca de niña
presumida; los patitos, recién "sacados", amarillos como yema de huevo, trepaban en un
panto de agua; cantaba desde su rincón, entrabado, el Carmelo, y el pavo, siempre
orgulloso, alharaquero y antipático, hacía por desdeñarnos, mientras los patos,
balanceándose como dueñas gordas, hacían, por lo bajo, comentarios, sobre la actitud
poco gentil del petulante.
Aquel día, mientras contemplábamos a los discretos animales, escapóse del corral "el
Pelado", un pollón sin plumas, que parecía uno de aquellos jóvenes de diez y siete años, flacos
y golosos. Pero "el Pelado", a más de eso, era pendenciero y escandaloso, y aquel día
mientras la paz era en el corral, y los otros comían el modesto grano, él, en pos de mejores
viandas, habíase encaramado en la mesa del comedor y roto varias piezas de nuestra
limitada vajilla. En el almuerzo tratóse de suprimirlo, y, cuando mi padre supo sus fechorías,
dijo, pausadamente:
-Nos lo comeremos el domingo...
Defendiólo mi tercer hermano, Anfiloquio, su poseedor, suplicante y lloroso. Dijo que era un
gallo que haría crias espléndidas. Agregó que desde que había llegado el: “Carmelo" todos
miraban mal al "Pelado", que antes era la esperanza del corral y el único que mantenía la
aristocracia de la afición y de la sangre fina.
-¿Cómo no matan -decía en su defensa del gallo- a los
El Pelado patos que no hacen más que ensuciar el agua, ni al
cabrito que el otro día aplastó un pollo, ni al puerco
que todo lo enloda y solo sabe comer y gritar, ni a las
palomas que traen la mala suerte...? Se adujo razones.
El cabrito era un bello animal, de suave piel, alegre,
simpático, inquieto, cuyos cuernos apenas
apuntaban; además, no estaba
comprobado que hubiese muerto al
pollo. El puerco mofletudo había sido
criado en casa desde pequeño. Y las
palomas, con sus alas de abanico,
eran la nota blanca, subíanse a la
cornisa a conversar en voz baja,
hacían sus nidos con amoroso
cuidado y se sacaban el maíz del
buche para darlos a sus polluelos.
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