Page 7 - Literatura Peruana Primaria
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                 En las horas del mediodía, cuando el aire en la sombra invita al sueño, junto a la nave, teje la
                 red el pescador abuelo: sus toscos dedos añudan el lino que ha de enredar al sorprendido pez;

                 raspa la abuela el plateado lomo de los que la víspera trajo la nave; saltan al sol, como chispas,
                 las escamas y el perro husmea en los despojos. Al lado, en el corral que cercan enormes huesos
                 de ballena, trepan los chiquillos desnudos sobre el asno pensativo, o se tuestan al sol en la orilla;

                 mientras, bajo la ramada, el más fuerte pule un remo, la moza fresca y ágil, saca agua del
                 pozuelo y las gaviotas alborozadas recorren la mansión humilde dando gritos extraños.


                 Junto  al bote,  duerme  el hombre  del mar, el fuerte  mancebo,  embriagado por  la brisa
                 caliente y por la tibia emanación de la arena, su dulce sueño de justo, con el pantalón corto,

                 las musculosas pantorrillas cruzadas, y en cuyos duros pies, de redondos dedos, piérdense,
                 como escamas, las diminutas uñas. La cara tostada por el aire y el sol, la boca entreabierta
                 que deja pasar la respiración tranquila, y el fuerte  pecho  desnudo que se levanta

                 rítmicamente, con el ritmo de la Vida, el más armonioso que Dios ha puesto sobre el mundo.


                 Por las calles no transitan al mediodía las personas y nada turba la paz de aquella aldea,
                                  cuyos habitantes no son más numerosos que los dátiles de sus veinte palmeras.
                                        Iglesia ni cura habían, en mi tiempo, para las gentes de San Andrés. Los

                                           domingos, al clarear el alba, iban al puerto, con los jumentos cargados
                                             de corvinas frescas y luego, en la capilla, cumplían con Dios. Buenas
                                              gentes, de dulces rostros,  tranquilo mirar, morigeradas  y sencillas,

                                              indios de la más pura cepa, descendientes remotos y ciertos de los
                                               hijos del Sol, cruzaban a pie todos los caminos; como en la edad feliz
                                               del Inca, atravesaban en caravana inmensa la costa para llegar al
                                                templo  y  oráculo  del buen Pachacamac,  con  la ofrenda  en  la
                                                alforja, la pregunta en la memoria y la fe en el sencillo espíritu.















                                                                                        Durante la lectura

                                                                                     ¿Cómo inicia la historia?

                                                                                     ¿Por     qué     el   hermano       no
                                                                                     encontraba la higuerilla?

                                                                                     ¿Qué crees  que pasará más
                                                                                     adelante?


                                                                                                                         ediciones
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