Page 10 - Literatura Peruana Primaria
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Sonó la campanilla del juez y yo empecé a temblar.
En medio de la expectación general salieron los dos hombres, cada uno con su gallo. Se hizo
un profundo silencio y soltaron a los dos rivales. Nuestro Carmelo al lado del otro era un gallo
viejo y achacoso; todos apostaban al enemigo, como augurio de que nuestro gallo iba a
morir. No faltó aficionado que anunciara el triunfo del Carmelo, pero la mayoría de las
apuestas favorecían al adversario. El otro, que en verdad no parecía ser un gallo fino de
distinguida sangre y alcurnia, hacía cosas tan petulantes cuan humanas; miraba con
desprecio a nuestro gallo y se paseaba como dueño de la cancha. Enardeciéndose los
ánimos de los adversarios, llegaron al centro y alargaron sus erizados cuellos, tocándose los
picos sin perder terreno. El Ajiseco dio la primera embestida; se entabló la lucha; las gentes
presenciaban en silencio la singular batalla y yo rogaba a la Virgen que sacara con bien a
nuestro paladín.
Gallo Carmelo se batía con todos los aires de un experto luchador, acostumbrado a las artes
azarosas de la guerra. Cuidaba de poner las patas armadas en el enemigo pecho, jamás
picaba a su adversario, -que tal cosa es cobardía- mientras que este, bravucón y necio, todo
quería hacerlo a aletazos y golpes de fuerza. Jadeantes, se detuvieron un segundo. Un hilo de
sangre corría por la pierna del Carmelo. Estaba herido, mas parecía no darse cuenta de su
dolor. Cruzáronse nuevas apuestas en favor del ajiseco y las gentes felicitaron ya al poseedor
del menguado.
En un nuevo encuentro, el Carmelo cantó, acordose de sus tiempos y acometió con tal furia
que desbarató al otro de un solo impulso. Levantose este y la lucha fue cruel e indecisa.
Por fin, una herida grave hizo caer al Carmelo, jadeante...
-¡Bravo! ¡Bravo el Ajiseco! -gritaron sus partidarios, creyendo
ganada la prueba. Pero el juez, atento a todos los detalles de
la lucha y con acuerdo de cánones dijo:
-¡Todavía no ha enterrado pico, señores!
En efecto, incorporose el Carmelo. Su enemigo, como para
humillarlo, se acercó a él, sin hacerle daño. Nació
entonces en medio del dolor de la caída,
todo el coraje de los gallos de "Caucato".
Incorporado el Carmelo, como un
soldado herido, acometió de frente y
definitivo sobre su rival, con una
estocada que lo dejó muerto en el sitio.
Fue entonces cuando el Carmelo que
se desangraba, se dejó caer, después
que el Ajiseco había enterrado el pico.
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