Page 6 - Literatura Peruana Primaria
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El pobre “Pelado” estaba condenado. Mis hermanos pidieron que se le perdonase; pero las
roturas eran valiosas y el infeliz solo tenía un abogado, mi hermano y su señor, de poca
influencia.
Viendo ya perdida su defensa y estando la audiencia al final, pues iban a partir la sandía,
inclinó la cabeza. Dos gruesas lágrimas cayeron sobre el plato, como un sacrificio, y un sollozo
se ahogó en su garganta. Callamos todos. Levantóse mi madre, acercóse al muchacho, lo
besó en la frente, y dijo:
- No llores; no nos lo comeremos.
Quien sale de Pisco, de la plazuela sin nombre, salitrosa y tranquila, vecina a la Estación y
toma por la calle del Castillo, que hacia el sur se alarga, encuentra, al terminar, una plazuela
pequeña, donde quemaban a Judas el Domingo de Pascua de Resurrección, desolado lugar
en cuya arena verdeguean a trechos las malvas silvestres. Al lado del Poniente, en vez de
casas, extiende el mar su manto verde, cuya espuma teje complicados encajes al besar la
húmeda orilla.
Termina en ella el puerto, y, siguiendo hacia el sur, se va, por estrecho y arenoso camino,
teniendo a diestra el mar y a la izquierda mano angostísima faja, ora fértil, ora infecunda,
pero escarpada siempre, detrás de la cual, a oriente, extiéndese el desierto cuya entrada
vigilan, de trecho en trecho, como centinelas, una que otra palmera desmedrada, alguna
higuera nervuda y enana y los "toñuces" siempre coposos y frágiles. Ondea en el terreno "la
hierba del alacrán", verde y jugosa al nacer, quebradiza en sus mejores días, y en la vejez,
bermeja como sangre de buey. En el fondo del desierto, como si temieran su silenciosa aridez,
las palmeras únense en pequeños grupos, tal como lo hacen los peregrinos al cruzarlo y, ante
el peligro, los hombres.
Siguiendo el camino, divísase en la costa, en la borrosa y vibrante vaguedad marina, San
Andrés de los Pescadores, la aldea de sencillas gentes, que eleva sus casuchas entre la
rumorosa orilla y el estéril desierto. Allí, las palmeras se multiplican y las higueras dan sombra a
los hogares, tan plácida y fresca, que parece que no fueran malditas del buen Dios o que su
maldición hubiera caducado; que bastante castigo recibió la que sostuvo en sus ramas al
traidor y todas sus flores dan frutos que al madurar revientan.
En tan peregrina aldea, de caprichoso plano, levantábase las casuchas de frágil caña y estera
leve, junto a las palmeras que a la puerta vigilan; limpio y brillante, reposando en la arena
blanda sus caderas amplias, duerme, a la puerta el bote pescador con sus velas plegadas, sus
remos tendidos como tranquilos brazos brazos que descansan, entre los cuales yacen con su
muda y simbólica majestad, el timón grácil, la calabaza que "achica" el agua de mar afuera y
las sogas retorcidas como serpientes que duermen. Cubre, piadosamente, la pequeña nave,
cual blanca mantilla, la pescadora red circundada de caireles de liviano corcho.
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